10 / miércoles - septiembre de 2008

Semana 37. 254/112
Nicolás de Tolentino.

Hierón, rey de Siracusa, pidió a su pariente Arquímedes que averiguara si la corona que acababa de hacerle el orfebre era realmente de oro puro o tenía mezcla con plata, cobre u otro metal menos valioso.

El matemático se dio cuenta de que la duda real podía resolverse si pudiese determinar el volumen de la corona. ¿Pero cómo podía llevar a cabo este cálculo? Mientras daba vueltas al asunto, el sabio de Siracusa fue a darse un baño.

Absorto en la corona, no se fijó en que había llenado la bañera más de la cuenta y, al meterse en ella, parte del agua se salió. El griego no tardó en percatarse de que el volumen del agua sobrante era exactamente igual al ocupado por la parte de su cuerpo que estaba en el agua. Entonces vio una forma sencilla de calcular el volumen de la corona: sumergirla en un recipiente lleno de agua hasta el borde y medir el volumen del agua desalojada. Este sería igual al volumen de la corona.

Eufórico por el descubrimiento, Arquímedes corrió a la calle desnudo y gritando ¿Eureka!, que en griego significa ¡lo he encontrado! Arquímedes aplicó a la corona su principio, que dice que todo cuerpo sumergido en un líquido es empujado hacia arriba con una fuerza igual al peso del líquido que desaloja.
El rey, tras saber que el volumen era considerablemente mayor que el que habría tenido la corona de oro puro, mandó ejecutar al orfebre deshonesto.

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