16 / martes - marzo de 2010

Semana 11. 75/290
Heriberto.

Debe de ser difícil decir algo original, ocurrente o divertido cuando un señor con una guadaña en la mano ronda tu puerta. Pero hay quienes, incluso en el último trance, lo logran. John F. Kennedy el día que lo asesinaron en Dallas. Sus últimas palabras fueron «Es obvio», respondiendo a la pregunta de la esposa del Gobernador de Texas: «No podrá decir que Dallas no lo quiere...»

A algunos les sale la vena dramática, como a la poetisa estadounidense Emily Dickinson («… la niebla está subiendo»); quienes están demasiado ocupados como para morirse, como Arquímedes («¡Espere [a matarme] hasta que haya solucionado el problema!»); los hay que se sienten aliviados, como la actriz Ethel Barrymore («¿Eres feliz? Yo sí lo soy»); los hay que expresan deseos mundanos, como el dramaturgo Anton Chejov («Hace mucho que no tomo champán»); quienes no saben qué les ha ocurrido para llegar a ese momento, como Diana de Gales («Dios mío, ¿qué ha pasado?»); y quienes lo tienen más claro que el agua, como John Lennon («Me han disparado»).

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