11 / jueves - mayo de 2017

Semana 19. 131/234
Anastasio.

Al ser el Mediterráneo una zona proclive a las sequías y a la escasez de los ríos, sus antiguos pobladores otorgaban una veneración casi divina a los riachuelos y manantiales, por ser agua muy preciada para las plantas, los animales y las para ellos mismos. Así, en su imaginación llenaron estos lugares de seres que tenían en común su cercanía hacía el ser humano y deseos inagotables de vivir. Entre ellos destacaron especialmente las ninfas, que en culturas más tardías recibirían el nombre de lamias. Las ninfas eran espíritus de la naturaleza, semidiosas que tenían una especial afinidad con las mujeres y cuyas aficiones eran el baile, la música y las artes amatorias. Junto a ellas siempre revoloteaban cerca de los manantiales los sátiros y los silenos. A diferencia de las ninfas, que tenían aspecto completamente humano, estos presentaban algún rasgo animal, como tener patas de cabra o de carnero. Su carácter era alegre, pero siempre lujurioso. Entre sus entretenimientos destacaba perseguir ninfas, darse a la bebida y a la música. No eran sino espíritus de la vida agreste, de los bosques y de los montes. Y sobre todos ellos estaban las divinidades de los ríos, la mayoría hijas del dios Océano y que eran veneradas por su gran importancia en el transcurso de la vida. De hecho, cada río tenía su propia deidad, cuya representación solía ser la de un toro o la de este animal con cabeza humana.
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